miércoles, 15 de abril de 2015

Mis preguntas de la Adolescencia: ¿Por qué Dios permite el mal?, ¿Por qué el Socialismo, a veces se baja los pantalones por unos dolares?

Mis preguntas de la Adolescencia: ¿Por qué Dios permite el mal?, ¿Por qué el Socialismo, a veces se baja los pantalones por unos dolares?


Dos preguntas eran frecuentes en mi mente adolescente (años 90s), la primera ¿por qué sí dios existe, permite el mal en el mundo? –ésta creo que todo el mundose la hace-. Con ella pensaba que insolentemente molestaba a los testigos de jehova cuando tocaban a la puerta de la casa. Cosa inútil porque ellos ya le tenían una respuesta, la cual si bien no me convencía y me convence menos ahora (en lo referente a explicar la existencia del creador), me dejaba sin contrapreguntas (algo fatal para un aspirante a abogado); pero lo notable de aquellos predicadores de la palabra divina a quienes tomaba y aun tomo por irracionales, era que no tartamudeaban y no dudaban un ápice de lo que decían.

La otra pregunta -y esta si me angustiaba dadas mis pretéritas inclinaciones políticas- era: ¿por qué el bastión de la lucha anti-imperialista, se asociaba con empresarios capitalistas para construir hoteles, a los que no podían ir sus ciudadanos y además solo se podía pagar el dolares?. Hoy día de ser un adolecente socialista seguramente me preguntaría: ¿Por carajos le  vendemos petróleo a los gringos?. “Paz y Amor”,“Pace and Love”.

Pero volviendo al tema. (Primero esperaba que aquello fuera mentira). Pero no, no lo era en lo absoluto...

Muchos de mis conocidos que solían hacer turismo revolucionario –jamás pude ir a Cuba cosa que lamento-, me decían que aquello no era mentira, era absolutamente cierto... y seguidamente pasaban a justificarlo. Debo decir que con algo que debía ser parecido a la irracional "fe" de los testigos de jehova o a la de mis decimonónicos ascendientes, yo con total candidez tomaba aquellas explicaciones por aceptable...


Nota final: Es obvio que en esta ocasión debía ser la primera vez que le hacían la pregunta –a este monstruo intelectual-, ya que a que diferencia de los testigos del espagueti volador, parece –tartamudeante y dubitativamente- no tener una respuesta clara y convincente para ella.

domingo, 12 de abril de 2015

Historias del Socialista sin Cabeza 2

El Socialista sin Cabeza, volver a lo Esencial.


El Socialista sin Cabeza, se encontraba en una neblinosa meditación, aunque él, de seguro habría preferido calificarla más bien de: “profunda”. Esta reflexiva des-ocupación era el producto de su reciente periplo por los mercados “regulados” donde todo escaseaba y por los mercados “negros” donde su dinero no valía nada. En aquel momento, había sentido que su salario -un fajo de crujientes billetes de máxima denominación- se descomponía en el bolsillo de su pantalón. (Una visión extraña para lo que esencialmente era papel y tinta; como su querido y también fiduciario librito azul.

Pudo su mente –quizá- estar cerca de formular una biológica “Teoría General sobre la Putrefacción del Dinero”. Lo cual seguramente habría servido para demostrar lo falaz, del argumento de los economistas de derecha: de que aquel dinero era inorgánico. Pero solamente el título de la dicha teoría era sospechosamente contra revolucionario, y no iba a ser él quien colaborase con los que conspiraban contra la “casi” plena felicidad.  
  
Pero de aquello hacia ya un par de días, y ahora era ahora. Su optimismo, pues, estaba restablecido y de él había surgido la filosófica y contundente sentencia: “Hay que volver a lo esencial”. Pero ¿Qué era volver a lo esencial?: “ser radical”, “volver a la raíz”, “no depender”; recordaba que era lo que decía el Supremo Camarada.

Todos los inferiores camaradas con los que el acostumbra a compartir impresiones sobre los avances de la revolución, le habían dicho al escuchar su idea: -tú lo que quieres decir es que: “hay que volver al monte”.

Pero el Socialista sin Cabeza prefería una expresión menos vegetal. Y “esencial” era el vocablo correcto ya que tiene -a diferencia de “monte”- la cualidad de ser sustantivo y adjetivo a la vez.

El problema con los camaradas inferiores, es que solo dicen: “hay que volver al monte”, pero de las altas dosis de nicotina y cafeína que consumen, no germina nada más; solo frases como “hay que volver al monte”. A diferencia de sus demás camaradas inferiores, al Socialista sin Cabeza, le agobia que las ideas no se desarrollen o que no se transformen en proyectos. (Sin embargo, el que las ideas luego no fructifiquen en la práctica, es algo que no le causa mucha angustia).

Fue así que, luego de lo que se llama un “ir y venir”, un día le dijo a su mujer:

-“Hay que volver a lo esencial”. A lo que esta inmediatamente le respondió:

- Ay mijo, tu y tus ideas, ¿y eso qué es? 
   
Pero como es harto difícil que un lego use un lenguaje docto con otro lego. No le quedó sino más que decirle: -Bueno… “Hay que volver al monte”.

-¿Y eso cómo para qué?

-¡Para no depender del dinero…!

-¿Y eso cómo lo vamos a hacer?, preguntó ella.

-Bueno… sembrando nuestra propia comida, criando nuestros propios animales. Así no vamos a tener que depender de los que siembra y crían animales para explotar a los demás.

Ella que como mujer tiene mejor memoria, le recordó: -Pero cuando el Primer Combatiente dijo que había que sembrar y criar en los patios y techos de las casas, tú no sembraste, ni criaste nada. ¿Ahora qué te dio…?

El Socialista sin Cabeza no respondió nada. Sin embargo ella le preguntó:

-Eso que tú dices: ¿sería algo así cómo empezar de cero, volver a lo básico?

Pero como para el Socialista sin Cabeza es difícil aceptar que alguien afeite sus rebuscadas palabras y pueda expresar mejor sus ideas en un leguaje básico o más “esencial”. No le quedó más que responderle, sino un lacónico:

-Algo así.

- Bueno…, (dijo ella) sembrar desde cero, criar animales desde cero, y hacer una casa desde cero, va a estar difícil; porque el último en tu familia que sabía la diferencia entre una pala y un azadón era tu abuelo, y cuando se daña la electricidad y la plomería… de la casa siempre viene el compadre. Así que, a él, que está vivo, nos lo tendremos también que llevar al monte, para que nos ayude.

El Socialista sin Cabeza, no supo si llevarse al compadre al monte, significaría romper con aquello de “no depender de nadie”, o si eso sería el germen de algún tipo de explotación en el futuro y en consecuencia la “esencia” de algún conflicto. (Todo parecía complicado en el presente).

Pero esperanzado pensó: en el devenir, la ciencia socialista, hará maquinas capaces de satisfacer cualquier necesidad o en su defecto el “hombre nuevo” tendrá habilidades y conocimientos tales que harán innecesaria o imposible toda explotación “del hombre por el hombre” o la dependencia humana (Incluidas claro está: fabricar y reparar dichas maquinas). Pero mientras tanto, estratégicamente –solo estratégicamente- y en tanto la humanidad o por lo menos la patria traspasen el umbral de la “Plena e Ideal Felicidad”, habrá que aceptar la perversa “división del trabajo” y tolerar algo de explotación. 

Así pues, el Socialista sin Cabeza, siguió en sus pensamientos, sin darse cuenta de cuan esencial y básica ya se había vuelto la vida, y al mismo tiempo de cuan dependiente era su existencia.


El monte germinaba en las grietas de la ciudad. 

Historias del Socialista sin Cabeza

El Socialista sin Cabeza. En la carnicería con precios regulados

Se encontraba el socialista sin cabeza en una carnicería. Al avanzar la cola se pudo acercar al mostrador y observar en un cartel de la superintendencia de precios justos, órgano adscrito al Ministerio de la Felicidad, que habían sido regulados los precios de todos los cortes (incluso los que a él le gustaban). Y reflexionó: ¿Por qué se habrán tardado tanto en tomar esta medida? A veces los funcionarios parecen cómplices de los oligarcas… Pero la revolucionaria disposición restableció su fe en los líderes del Proceso.

Pero, algo no estaba bien… algo no estaba bien del todo, como siempre algo no estaba bien del todo… Los precios de los cortes eran distintos, los que a él le gustaban eran algo más caros, (50%) más caros, pero gracias a la regulación eso no importaba mucho, igual iba a poder comprarlos. Sin embargo, algo atormentaba su mente y su conciencia “de clase”, oía una voz con acento extranjero que decía: “El valor trabajo…, el valor trabajo…, el valor es objetivo…” y luego oía a su propia voz: “…la vaca, la vaca… la vaca es una sola… el valor trabajo… la vaca es una sola… una sola vaca…, un mismo trabajo, un mismo valor…, el valor trabajo…”

Un tropezón lo despertó de su letargo, y no logró reconocer a los que tenía adelante, eran otras personas distintas a las que había visto poco antes. En el espabilamiento  alcanzó a decir en voz alta: “-¿Por qué no cuestan igual todos los cortes?… ¿Por qué?”. A lo que su mujer que estaba detrás de él le respondió: -Porque todo el mundo querría comprar lomito y nadie hígado, ¡muévete bolsa que se nos colean! y apúrate que quiero llegar a ver la novela.

Cuando tocó su turno le preguntó al carnicero: -¿Qué tienes de carne de primera?, este le respondió: -nada. -¿Bueno y qué hay entonces?, -Lagarto con hueso y carne molida, -¿Y cuánto puedo llevar?, -Un kilo de cada una.

El socialista sin cabeza, hizo acopio de toda su fe en el devenir y pensó: “El hombre nuevo no se coleará y gracias la ciencia socialista se harán reses que sean solo lomito, solomo y punta trasera, y además la carne no subirá el ácido úrico”. Luego volvió a oír la voz: “… el valor trabajo… el valor trabajo… el valor es objetivo…”

Publicado Originalmente en IF Revista Digital